Después
de aquella golpiza que le había propinado la vida, todo cuánto le rodeaba le
causaba repugnancia, excepto su felino. Al llegar, lo encontraba siempre tras la
puerta, aguardándole. Parecía saber que solo se tenían el uno para el otro, por
eso clavaba una mirada de misericordia en aquel despojo humano que le había
adoptado tiempo atrás.
Nada
era distinto al entrar, pasaba sus dedos sobre un viejo mueble y se entretenía,
a veces, dibujando las tres iniciales de su ahora extinta felicidad, sobre el
polvo acumulado. Aun se divisaban las señales de días atrás cubiertas por capas
mas recientes del mugre. La cocina seguía intacta, como si nada hubiera
cambiado, solo un vaso whiskero era movido de su sitio cada día, justificaba
que el agua no lo ensuciaba, por lo que llevaría buen tiempo sin ser lavado. La
vida se vuelca como un coche al precipicio conducido por un ebrio adormecido.
Un
montículo de recuerdos nacía sobre la almohada, la ropa de cama no había sido
cambiada, no por su cuenta. Nada le incomodaba, bastaba con tener su dosis en
la mesilla cada noche. Los sueños, esos no cesaban, ni aun reposando en
fantasías dejaba de tenerlos. El médico lo advirtió, después de dos semanas ya
no funcionarían, solo le crearía una adicción innecesaria. Rodaba, interceptado
por las ramas que lastimaban pero no lograron frenar la caída. Y de nuevo, la
agitación le despertaba súbitamente, las lágrimas y el sudor.
Siempre
habrán dos caminos para quien se condena a la vida involuntariamente: Decidir
terminarla o vivirla del modo que sea. Eso hacía, la vivía, el felino de apenas
4 meses aún le necesitaba, fácil solución, la muerte viene en igual medida a todos. A
veces hay que verla en los ojos de dos pequeños, en la mano estrechada y
aferrada del amor, a veces en unas garras pequeñas e indefensas.
Siempre
creyó que el diablo le buscaba, su reloj marcaba las 3:00 am cuando el éxtasis
de sus pesadillas le despertaban. Fumar, exhalar muerte lenta en el baño,
mientras el día clareaba. Sirvió leche en su platito, se veía turbia, pero era
un animal, no podía sospechar nada. Maldición, ¿porqué no la bebía? Quizá si
tomaba antes él le seguiría. Hagámoslo juntos amiguito. Se sirvió una porción
suficiente, se lo zampó. Abrió las fauces del felino delicadamente, era un
cachorro apenas, le quería, había acompañado su vacía vida, había calentado 30
cms de su cama helada y solitaria. De a pocos le hizo beber.
Solo se
tenían el uno al otro. Ya no se necesitarían, nadie les extrañaría. El polvo
terminaría por desdibujar aquellas iniciales en el mueble, ciertamente nada desdibuja
el dolor de un corazón marchito, el suyo latía mecánicamente sin razones, pero
ahora eso debía terminar.
Cuántos
días y aún podía sentir el olor de la muerte, un pútrido aroma le hizo sentir
vivo en medio de su convicción de estar atravesando el averno. El corazón se
negó a morir, sus ojos velados le vieron, junto al platito, descompuesto y algo
carcomido. No siempre hay dos caminos, quizá no siempre hay opción de decidir.
A veces simplemente hay que vivir, del modo que sea.
K.B.
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