sábado, 16 de enero de 2016

DEPRAVACIÓN

Aquella madrugada, le vio de nuevo por el delgado espacio que quedaba entre la cortina. Pero esta vez fingió que no. Pensó llamar la policía, pero finalmente nada funcionaba como debiera en la ciudad. Los locos están sueltos, los policías rascándose las bolas. Una nube de pensamientos le invadieron y simplemente dejó caer su toalla y empezó a frotar la crema por sus piernas. Luego tomó su loción de brillantes para el pecho y la sobaba suavemente sintiendo el morbo sobre ella. Era enfermo, lo sabía. Era enfermo su proceder. Podría estar frente a un demente, o un brujo, o un ladrón. Todo era incierto.

Lo único que sabía en ese momento, es que hacía días no tenía un encuentro sexual y saberse observada quién sabe de qué modo le había excitado la mente mientras se bañaba. Días antes solo pensaba en como verle la cara mientras lo llevaban esposado y su madre le escupía la cara mentándole la calavera de su abuela. Pero nada fue así, y ¿si abría la ventana y dejaba que tocase al menos sus pechos o pasase su lengua por ellos durante un minuto? ¿Y si le calmaba la obsesión con 10 minutos de sexo? De nuevo se sintió enferma y asquerosa con un sometimiento morboso a sus fantasías.

Ahora sentía miedo, vio el reflejo de un flash en el vidrio y supo que el hombre estaba guardando un pequeño recuerdo de su locura  y simplemente salió del cuarto para vestirse fuera. Pero su lujuria había llegado a un punto en el cual no podía retroceder ya y recostándose sobre  una pared posó sus manos con fuerza entre sus piernas y con bruscos movimientos consiguió uno de los orgasmos más satisfactorios de sus últimos tiempos.


El sonido de una moto le alertó y salió de aquella visión violenta y depravada en que se halló sumergida mientras se venía con las manos húmedas y profundas. No solo era la moto, eran los gritos de su madre que lo había ahuyentado y mencionaba cuanta palabra soez existía y se le ocurría. Fingió alterarse como si no supiera de su presencia y denotó la preocupación del caso, terminó de vestirse, tomó su café y salió de casa tranquilizando a su madre, “ciertamente  atraparemos un día de estos a ese desgraciado”.

K.B. 

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